Seis meses atrás uno de mis mejores amigos festejaba con bombos y platillos su matrimonio eclesiástico según la ley de Dios. (Marcos 10:9)

Hoy se golpea el pecho arrepentido, queriendo saber como llego hasta aquí, pidiendo disculpas a lo alto por su divorcio.

Paralelamente a su boda, empezó a tomar clases de tenis y se inscribió en un taller de literatura, en los que aun se encuentra. Es muy fácil de deducir lo que trato de explicar, lo realmente difícil es responder a la siguiente inquietud:

¿Que motiva a tanta gente a casarse por la iglesia?

Esta es una pregunta repetitiva  en mis charlas prematrimoniales y a la que comúnmente los novios encuestados responden siempre de la misma manera: Por que soy católico, por que deseo la bendición de Dios, por que mi madre/padre me obligan, por que esta todo comprado, por que así lo soñé.

Tales respuestas dan clara imagen de por que el matrimonio es hoy en día una de las instituciones con mayor fragilidad dentro de la sociedad. El desconocimiento en forma de ignorancia infame, transforma lo sencillo en complicado y esto a sus ves impone condiciones en lo que por ideología debería ser incondicional.

Mayores o menores conflictos sociales bombardean a la pareja en donde surgen desde el inicio ideas diferentes aparentemente irreconciliables, que causan elementos de prejuicios sugestivos distintos que culminan en un liberalismo cuasi perfecto.

Este liberalismo derivado, no es nuevo, es producto de la Ilustración de finales del siglo XIX. Es un naturalismo militante, que rechaza la soberanía de Dios y la pone en el hombre –«seréis como dioses» (Gen 3,5) –. Es, pues, un ateísmo práctico, una rebelión de los hombres contra Dios.

Es un sistema egoísta que afirma la voluntad del hombre, su felicidad como un valor supremo, que no debe sujetarse ni a ley divina ni a ley natural alguna.

La mayoría de los esposos se preguntan con frecuencia ¿Y Como llegue aquí?, la respuesta es muy fácil de obtener, pero muy difícil de ver para quien no quiere hacerlo.

Nadie llega a el, mas bien somos el fruto, todos salimos de el,  se propaga a trabes de los medios de comunicación o  de difusión masiva dentro del mundo occidental, pero no tendría efecto alguno si existiese un compromiso franco y sincero a prueba de toda tentación.

Esta “Libertad” es paciente y tranquilizadora, casi extrasensorial, llena de frontalidad y seguridad a los esposos de manera individual, ven al egoísmo con tal sobriedad que primero lo estudian, luego lo asumen, lo deducen y lo convierten de repente en  justicia personal, pretendiendo acumular en una estreches de mente todos los nuevos derechos a los que se acogen. Todo este entorno maravilloso no deja de ser infundado e irreal, no se puede defender desde nuestra orilla cristiana (salvo que no lo seas), pretendiendo entender las cosas parcialmente o de forma acomodada.

El matrimonio eclesiástico es la prueba mas grande que existe, no se puede salir avanti sin su principal herramienta, el amor.

 

 

 

 

La respuesta que se precisa a la interrogante de ¿Por qué te casas por la iglesia? Es la de

 

“me caso por amor”

 

¿Y que es el amor?

Es la capacidad y la buena disposición para permitir que los seres queridos sean lo que ellos elijan ser (dentro de la moral y Ética) para si mismo sin que esto me satisfaga.

¿Es posible cumplir  con esto? Pues sí, pero necesitas estar convencido de que asi lo quieres.

 

Pero no, el egoísmo carcome tu naturaleza racional, y te rebajas a lo más próximo a un mamífero reactivo, solo soy “yo” y los demás que esperen.

 

Si esta es tu forma de pensar, entonces no te detengas en hacerlo, pero solo por una ocasión en tu vida, pon a Dios por encima de ti, no te cases por la Iglesia, cásate por las leyes civiles, o simplemente únete a tu pareja, el señor siempre estará contigo, esperando que formalices tu matrimonio según el mismo te lo manifestó, es preferible que me cuentes una de vaquero, a que intentes separa, lo que Dios unió por amor. (Mateo 19:3-9)