El matrimonio eclesiástico es la unión indivisible, absoluta y definitiva en cuerpo y alma, de un hombre y una mujer cristiana que deciden voluntariamente juntar sus vidas por el amor que se profesan y en el nombre de Dios.
Este concepto es radical y especifico, no genera dudas, ni preguntas sueltas, es claro y perfilado, para aquellas personas que sin complicaciones escogen entregarse mutuamente en el irrestricto sentido de la incondicionalidad.
Lamentablemente solo un 8% de todos los matrimonios al cabo de 10 años siguen juntos y dispuesto a rendirse ante los místicos secretos, que envuelve un amor desinteresado y sincero, el otro 92% escogen separa sus vidas, divorciarse o atarse a otras personas.
Con el trascurrir de los años, nuevos estudios Bíblicos nos muestran a un Dios todopoderoso que a su vez es todo cariñoso, confiamos desde esa perspectiva en su infinita misericordia ante nuestras fallas humanas y nuestra pusilanimidad.
Estas mismas fallas, de las que no son excluidos nuestros hermanos sacerdotes católicos, o pastores evangélicos, han incrementado las dudas y desconfianza de la sociedad cristiana sobre las estructuras religiosas y por ende en la misma biblia.
El matrimonio eclesiástico entonces sufrió una metamorfosis, que lo llevo desde la vereda del amor, a la vereda del sueño y del estatus. Los novios no se casan más, pensando en la vocación y la entrega del uno por el otro, sino con las expectativas de lo que el uno puede conseguir del otro. La institución matrimonial se vuelve frágil y condicionada a deseos primarios y establecidos de ante mano en la mente de cada individuo. Es asi, que una casa, un carro, los estudios, los niños, el trabajo, la economía, las fiestas, la sociedad, son una meta obligada a satisfacer o a satisfacer, el otro camino, la otra vía, es el método de prueba y error, es decir, me equivoque contigo, no eras lo que yo esperaba, no estás a mi altura, entre otras explicaciones superfluas.
El matrimonio no tiene por que ser una obligación, lo demuestran los casos agrupados en esa pequeña muestra del 8% de parejas que duran y perduran ante las vicisitudes y problemas que se suscitan durante su vida como esposos, su guía, su respaldo, su fortaleza se desprende de la propia consideración de lo que para ellos es el amor, dicha consideración fue magníficamente representada, escrita y promulgada por el apóstol Pablo en la primera carta a los corintios, y que reza de la siguiente manera:
El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta.
1 corintios 13: 4 -7
Prima entonces la voluntad de querer, y de servir a mi pareja, y no exprimirla hasta que cumpla mis designios, el matrimonio eclesiástico es entrega total, es la búsqueda de mi felicidad reflejada en la felicidad de mi esposa/o, es mi suavidad en el trato, mi comprensión de sus problemas, mis detalles para con ella/ el, es la confianza que tengo de transfórmame definidamente y para siempre, en la parte que le falta para vivir y viceversa, con tal deseo infranqueable, la pareja deja de ser dos, para volverse uno solo.
Por eso dejara el hombre (o la mujer) a su padre y a su madre para unirse con su esposa (esposo) y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos sino uno solo. Pues bien, lo que Dios unió que no lo separe el hombre.
Marcos 10: 7 -9